Labrar la tierra es una isla soleada no es tarea amable. Para hacerlo, los hombres de campo del siglo XIX. Inventaron un calzado optimizado para su ardua tarea utilizando telas de sacos rotos como apaño transpirable y fresco. Una demostración de ingenio y sostenibilidad menorquina. Más tarde, con la llegada de los primeros vehículos motorizados, descubrieron cómo perfeccionar su invento: las ruedas gastadas estaban compuestas de un material perfecto para la suela de los campesinos. Gracias a este caucho, sus sufridos pies quedaban protegidos de rocas, hierbas y ramas afiladas. Por lo que, la combinación de estos elementos evolucionó hasta consolidarse en lo que actualmente conocemos como abarca o menorquina. Un calzado artesanal que mantiene su humilde esencia a través del diseño y la ergonomía.